La irrupción del cannabis en el tratamiento médico abre una oportunidad para repensar los vínculos terapéuticos en la relación médico paciente. Es totalmente novedosa la forma en que se estableció la difusión del conocimiento, siendo los pacientes y sus familiares quienes dieron los primeros pasos para el uso medicinal de la planta. Esta vez la academia y los laboratorios fueron detrás. En este nuevo contexto la situación requiere también que las acciones sean distintas. Nos parece fundamental que el uso del cannabis ocurra dentro de un marco terapéutico, es lo que le da sentido y no debería caer en la dinámica tradicional del suministro del fármaco. Tiene que darse con un mayor acompañamiento y escucha por parte del profesional tratante.
El conocimiento que tiene el paciente sobre lo que le sucede es la piedra fundamental de la nueva forma de relacionarse en el tratamiento. A diferencia de lo que ocurre con la medicación tradicional, el paciente tiene conocimiento sobre lo que toma y participa activamente en el proceso. Además el cannabis, aislado de otras terapias, no tiene la
utilidad deseada. No puede ser enmarcado en una mirada sesgada en lo biológico del padecimiento.
Una de las mayores ventajas que tiene el cannabis son sus bajos efectos adversos. No hay posibilidad de una sobredosis de marihuana y es un coadyuvante de las demás fármacos. Esto quiere decir que su uso permite potenciar los efectos de las demás con dosis más bajas.
En las terapias psiquiátricas los fármacos y psicofármacos tienen severos efectos adversos, desde trastornos metabólicos con aumento de peso hasta problemas cognitivos y motrices, que lleva muchas veces a la resistencia y abandono del tratamiento por parte del paciente. Hay que tener en cuenta que muchas de estas drogas son nuevas, tienen menos de 50 años, y son muchos los estudios que evidencian efectos nocivos que deberían tratar de ser mitigados. En un artículo publicado en la revista Mad in América, la psiquiatra británica Joanna Moncrieff explica la necesidad de evitar el tratamiento a largo plazo de la esquizofrenia por sus efectos adversos. La inclusión del cannabis abre una puerta en muchas de estas terapias porque su uso, por la nueva evidencia que se está recolectando, permite que la administración de psicofármacos sea mucho menor. Es decir, aún cuando el cannabis no tenga efectividad en la cura de un trastorno, nos permitirá reducir la dosis de la droga principal del tratamiento, como por ejemplo la olanzapina que sabemos sus efectos adversos en la salud del paciente.
Un ejemplo que nos puede remitir a esto es lo sucedido luego de la guerra de Vietnam en Estados Unidos con los soldados que regresaban con estrés post traumático. Luego de varios estudios se demostró que ante el mismo tratamiento, los que mejores resultados obtenían fueron los que utilizaban marihuana como uso recreativo. En Argentina, el uso de cannabis empieza a partir de su estudio en la epilepsia refractaria debido a que los pacientes que la usaban disminuían el número de episodios convulsivos.
Es importante aclarar que todo esto no debe presuponer un uso mágico del cannabis, como una droga que podrá con su sola administración curar un padecimiento. Es clave entonces que su uso esté dado dentro de una terapia global que le permita a los pacientes encontrar la mejor manera de aliviar los síntomas de las enfermedades.