Hay varios estudios para conocer la composición de los aceites de producción artesanal. Los más usados en el país son cromatrografía y espectometría. Ambos detectan la concentración de cannabinoides que toman los pacientes y son fundamentales para controlar tratamientos.
“Estoy tomando aceite de cannabis”, solemos escuchar muchas veces, pero ¿qué es en verdad lo que estamos usando? ¿cuántas de las personas que lo utilizan de manera terapéutica conocen los componentes de lo que están tomando? No todos los aceites son iguales y muchas veces, ni siquiera tienen la misma composición aquellos que conseguimos en el mismo lugar. Entonces la pregunta que surge es: ¿qué, de todo lo que tiene, es lo que me hace bien al usar lo que llaman aceite de cannabis?
En Argentina hay muchas opciones para analizar los componentes de los aceites. Laboratorios de todo el país, tanto públicos como privados, ofrecen el servicio que suele ser a precios accesibles para saber la fórmula de lo que estamos tomando. La más utilizada de las técnicas suele ser la cromatografía, método por el cual se logra la separación, identificación y determinación de los componentes químicos en mezclas complejas. “Todos nos hablan de aceite de cannabis, pero qué es en definitiva. Hay muchos mitos relacionados que tienen que ver con la percepción”, afirma Catalina Van Borem, docente de Farmacognosia de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, investigadora del Instituto de Química y Metabolismo del Fármaco (IQUIMEFA, UBA-CONICET).
Desde 2018 Van Baren dirige el proyecto “Cannabis Sativa, su evolución y potencialidad como medicamento”. “Desde nuestra parte estamos trabajando para lograr definiciones analíticas que mejoren el control de calidad de esa planta como medicinal. Otra parte trabaja en lo epistemológico, estas cuestiones de percepciones que hablamos. Otro grupo que hace un trabajo farmacológico para aplicaciones varias del cannabis y también uno centrado en lo fisiológico, que estudia las posibilidades de toxicidades por el uso prolongado”, explica. El laboratorio de la Facultad, que está abierto al público para que se lleve sus muestras, tiene un método validado de cromatografía por HPLC o cromatografía líquida, para cannabinoides. “Nuevas reglamentaciones, como el decreto 883 del 2021 piden que se presenten, por ejemplo para el uso de CBD en cosmética, que el laboratorio tenga un método validado”, suma Van Barem.
En el Instituto Leloir, a su vez, están realizando espectrometría de Resonancia Magnética, un método completamente novedoso para el análisis de aceite de cannabis y que les permite también llegar a un resultado con el cual la persona puede saber qué tiene cada muestra. Según cuenta Ignacio Sartori, gerente de Inis Biotech, unidad de negocios de la Fundación Instituto Leloir, sólo hay cuatro equipos como este en el país y el servicio que dan en Leloir está enmarcado dentro del Servicio Tecnológico de Alto Nivel (STAN) del CONICET. “Es importante poder brindar el servicio a la comunidad y que el costo sea accesible”, afirma. El precio ronda los $2.500. Ambos métodos permiten analizar no sólo aceite, sino que se puede descomponer en cualquiera de las presentaciones y también directamente de la flor o la planta.
“Las personas se acercan por distintos canales y nos traen una muestra, una vez que juntamos varias las procesamos y la persona se lleva un detalle. Además les hacemos un cuestionario que no está orientado a la medicina, porque no es nuestra competencia, sino que es para sacar información sobre cómo fue el proceso para ver la mejor manera de producir ese aceite que le sirve con los elementos de la casa”, cuenta Ignacio Argarañaz, del equipo de Resonancia Magnética Nuclear de Leloir. Y agrega: “Cuando una persona logra medir qué concentración y qué cannabinoides tiene estamos hablando de prácticamente un medicamento. Nuestro servicio está orientado a que la persona logre tener certezas. Muchas veces los médicos al hablar de aceite piensan en algo casero que no se sabe qué tiene, de ahí la búsqueda de tener en claro la composición”.
Actualmente, a partir de la nueva legislación, hay aceites industriales que se comercializan pero son todos de CBD puro. Está comprobado y hay muchos trabajos médicos que muestran que no es el único cannabinoide que actúa terapéuticamente y, además, su uso combinado mejora en muchas de las patologías. Por eso, una de las funciones es aumentar la cantidad de información y detalle posible. Quienes analizan relatan que pacientes llegan con un aceite pensando que su aceite, el que encontraron que les sirve para tratar su dolencia, tiene cierto componente y al ingresar a la máquina el resultado es el contrario. “Algo tenemos que hacer con todo lo que venimos procesando, porque esos resultados hay que divulgarlos para aprovechar. A veces la persona viene con una semilla que trajeron para lograr tal composición que es buena para tal patología y al hacer el análisis de la planta no lo tiene. Depende de muchas cosas: qué sustratos usaste, cuándo cosechaste, cuánto maduraste, temperatura, miles de cosas. Ese es otro problema, las semillas comerciales te dicen algo que es muy difícil de reproducir”, explica Martín Arán, Responsable Facibility del equipo de Resonancia Magnética Nuclear del Instituto Leloir.
El tema es cómo replicar esa combinación en caso de no poder conseguirlo en los canales habituales o, en caso de aquellos que lo producen, no dar con la misma fórmula. “Tenía una chica joven que se lo daba a su hijo. Por la patología, un trastorno de ansiedad generalizado, necesitaba un aceite alto en CBD, que no tuviera casi THC. Vino varias veces, en los primeros eran puro THC hasta que encontró un proveedor que tenía uno muy bueno. Y un día viene y nos dice que no le hacía efecto y, al traer la muestra, los terpenos eran diferentes. Algo en la producción, que no sabemos, era distinto. Los aceites esenciales reaccionan mucho al medio ambiente”, relata Van Boren y agrega: “Las semillas nunca son iguales, por eso si tenés una planta que funciona tenés que clonarla”.
El uso masivo del cannabis también trae aparejadas situaciones que requieren un control y los pacientes, al ser todo tan novedoso, no siempre cuentan con toda la información. “Hace poco nos pasó que una persona que se iba a someter a una cirugía importante nos contactó pidiéndonos por favor que analicemos lo que tomaba porque el médico necesitaba saber qué tenía el aceite. Logramos llegar a tiempo y pudimos suplir esa necesidad”, relata Argarañaz. La contención de quienes trabajan con los pacientes que llegan en busca de respuesta es otro factor que se repite.
En los laboratorios se ven todo tipo de muestras y muy diversas. Uno de los centros que realiza los estudios es la Unidad del Hospital El Cruce y la Universidad Arturo Jauretche, en Florencio Varela. “Tenemos un alto porcentaje de aceites que funcionan muy bien, con altas concentraciones de CBD y/o THC de acuerdo a lo que se busca. Y algunos otros que no tanto, por eso también armamos la diplomatura que busca mejorar esos procesos y dar herramientas”, relata Silvia Kochen, médica neuróloga, investigadora principal del Conicet y Directora de la Unidad Ejecutora de Estudios en Neurociencia y Sistemas Complejos (ENyS). “Lo que llega ha cambiado con el tiempo. Al principio tuvimos aceites muy concentrados y con el tiempo vimos que estaban mucho más diluidas. También encontramos CBG o CBN en algunas, que tiene que ver con la edad de la planta. Hay de todo”, relata Van Baren.
En todo el país hay centros de testeo donde las personas puedan consultar. En Rosario, por ejemplo, funciona una unidad en la Universidad del Rosario. En Tucuman también, donde Catalina Van Baren asistió para lograr estandarizar los niveles de calidad. “Es muy importante la solidaridad entre los que trabajamos si queremos que esta causa de cannabis siga creciendo”, dice Van Baren y sentencia: “Queda mucho camino por recorrer todavía”.
Periodista. Productor de radio y televisión.